jueves, 20 de septiembre de 2012

Cataluña es España

“Los catalanes no nos hemos vuelto locos”, así se expresaba Artur Más en un acto público celebrado en Madrid, al día siguiente de la manifestación. El orador, sin duda, se había visto obligado a una aclaración necesaria aunque no suficiente, a la vista de sus continuos cambios de rumbo y opinión, desbordados por unos acontecimientos que el mismo ha provocado. No consiguió, sin embargo, tranquilizar a un auditorio atónito, que a continuación tenía que escuchar que el pacto fiscal no serviría para seguir en España. Esto es que Cataluña antes de marchar, quería cobrar.

Estamos ante un President embargado por la emoción, entregado a la mística y las utopías y que ha perdido el sentido de la realidad. Pero dejemos las emociones para los estadios deportivos y tratemos de conducir el debate por la senda de la racionalidad, porque la política tiene que servir para solucionar los problemas de la gente. Reflexionemos, pues. Ante todo, en el espacio en que se celebró la manifestación, alentada, convocada y subvencionada por el Govern de la Generalitat, no cabe ni la mitad de los que se dice que fueron y además no querían todos lo mismo. Los que pedían el pacto fiscal fueron arrollados por los que exigían la independencia, y hasta el lema originario de la manifestación, “Catalunya nuevo Estado de Europa”, constituye en sí mismo un gran engaño y una quimera imposible.

Porque si Cataluña sale de España, en un proceso contrario a la cesión de soberanía que necesita Europa que exige políticas comunes para superar la crisis, automáticamente quedaría excluida de la UE y para reincorporarse debería contar con la aprobación unánime de los 27 Estados Miembros, lo que no sería probable y no solo por la oposición de España. Así lo reconoce hasta el propio Jordi Pujol, que por si acaso ha descubierto al cabo de 40 años que prefiere una Cataluña como Montenegro o Islandia que seguir en la UE dentro de España.

Pero en fin, tampoco todos los manifestantes eran europeistas, porque algunas banderas europeas fueron quemadas el pasado día 11 de septiembre. Queda otra cuestión importante para que Cataluña se pudiera separar de España. Habría que modificar el cauce legal actual, porque venimos no sólo de 500 años de historia en común que hacen de España una de las naciones más antiguas del Viejo Continente. Venimos de la Constitución del 78, respaldada por el 90,3% de los catalanes, que consagra el actual Estado de las Autonomías y que es la que confiere la legitimidad al actual Gobierno de la Generalitat y al Parlamento de Cataluña.

En democracia, el cumplimiento de las leyes es obligado y lo contrario es violencia, que no conviene a nadie. El respeto al ordenamiento jurídico vigente requiere por tanto que en un proceso electoral, todas las opciones políticas incluyeran en sus programas electorales, su posición sobre la independencia de Cataluña. Tras las elecciones catalanas, ente un presunto pronunciamiento separatista de la cámara catalana, el Parlamento español, Congreso y Senado, a través de mayorías cualificadas, por dos tercios, debería dinamitar la Constitución, presentar la segregación, y someterla después a referéndum de todos los españoles, disolver las Cortes y convocar nuevas elecciones.

Este es el procedimiento amistoso, no cabe otro con la Ley y la Constitución en la mano. Hasta ahora las consultas independentistas clandestinas han obtenido paupérrimos soportes electorales. Desde la restauración de la democracia, el voto en Cataluña a los partidos estatales y constitucionalistas, PP y PSOE, en todas las elecciones generales -en las autonómicas vota mucha menos gente y de otra manera- ha sido muy superior al voto manifiestamente independentista a ERC, que no llegó al 15%.

¿Qué ha ocurrido para que las diferencias, según dicen ahora los manipulados sondeos de la Generlitat se vayan reduciendo, aunque nadie pueda creer que de la noche a la mañana, la mayoría de los catalanes quieran la independencia? El caldo de cultivo para llegar a la situación actual ha sido la deslealtad del PSOE, que a través de su franquicia catalana, el PSC, no dudó para alcanzar el poder en pactar con un partido separatista, lo que ha dejado al electorado socialista sin unas referencias, debilitadas ya por la imposible reforma estatutaria ofrecida por ZP, que sólo respaldó el 30% de los catalanes.

La permanente política de confrontación con el Gobierno Central, auspiciada por el Gobierno de la Generalitat con abrumador apoyo mediático, han servido para excitar los ánimos contra el enemigo exterior común que necesita todo nacionalismo, que es Madrid, donde por cierto no he visto nunca quemar una senyera. La crisis ha sido determinante para la causa separatista, porque no deja de ser estridente que al único gobierno occidental que no castigan los sondeos por sus recortes es al de aquí, que utiliza el déficit fiscal de Cataluña como un arma de indudable eficacia para sus propósitos.

Pero no se dice que frente a los 16.000 millones de euros de déficit de Cataluña, que Madrid y Baleares por ejemplo aportan más al conjunto, que la diferencia entre lo que vendemos y compramos al resto de España supera los 20.000 millones de euros, que si no perteneciéramos a España no hubiéramos tenido ni Juegos Olímpicos, ni AVE ni tantas otras cosas, que los que pagan son las personas y no los territorios, y por último que este tipo de comparaciones acarrearían perniciosas consecuencias, si comparamos Alemania con España, o Cataluña con Lleida.

La ruptura traería graves consecuencias para España pero también para Cataluña. Algunas conocidas. La división sería inevitable, aquí con el resto de España también. Nos quedaríamos fuera de la UE y del euro, con una deuda de 43.000 millones, que no podríamos pagar sin la ayuda de España o Europa. Otras preguntas no se pueden responder desde la improvisación o la ocurrencia. En la OTAN no se puede entrar sin ejército. ¿Quién nos defendería si las tiernas miradas de la “primavera árabe” se posaran en nuestras costas? Cataluña sin duda quedaría aislada, dividida y empobrecida, y perderíamos todos, los catalanes y el resto de españoles.

¿Porqué, pues, lo que para casi todos hasta hace muy poco era imposible es hoy inevitable? Cataluña, sin duda, encontrará el momento para mejorar la financiación como se ha hecho otras veces, pero dentro del régimen común y sin rupturas. No es la hora de viajes de llenos de experiencias y aventuras que nos lleven a lo desconocido, a una ITACA que nunca llega. No llegó en 1932, ni en el 34, ni en el 36. Los movimientos nacionalistas acabaron siendo arrollados por los anarquistas. Es el momento como dice el Rey de España, Juan Carlos I, máxima autoridad del Estado Español, de defender la Constitución, como lo hizo el 23-F, y la unidad de España como lo hace ahora, para superar juntos la crisis. Y para terminar yo quisiera como tantos expresar mi sentimiento personal. Me quiero morir como he nacido y como he vivido. Como un catalán de LLeida, español.

José Ignacio Llorens Torres
Diputado al Congreso del Partido Popular por LLeida
Presidente de la Comisión de Agricultura, Alimentación y Medio
Ambiente en el Congreso de los Diputados