jueves, 3 de abril de 2014

Suárez y la Constitución

Adolfo Suárez nos ha dejado y el pueblo español se ha volcado en su despedida. Es el reconocimiento a un presidente del Gobierno que pasará a la historia como artífice de la Transición, de la reconciliación definitiva de todos los españoles y de la Constitución aprobada el 6 de diciembre de 1978 que, con una participación del 67%, consiguió el respaldo del 87,9%de los ciudadanos, que aquí en Catalunya llegó al 90%.

Por eso, el impropio paralelismo que en plena capilla ardiente pretendió establecer el Sr. Mas con la figura de Adolfo Suárez no puede ser más equívoco. Porque el presidente Suárez gobernó para todos los españoles, protagonizó su reconciliación y defendió siempre la Constitución que había impulsado con un coraje que tuvo su expresión máxima el 23-F del 81.Mas no se le parece, representa todo lo contrario. Porque no tiene el valor ir el martes al Congreso –como lo hizo Ibarretxe– a defender su proyecto de consulta soberanista, no actúa como presidente de todos los catalanes porque nadie como él nos ha dividido tanto y utiliza todas las argucias posibles para vulnerar una Constitución que es la que le legitima, entre otras cosas, como president de la Generalitat.

La instrumentalización de Suárez, que fue inmediatamente recriminada hasta por el propio Miguel Roca, previsible por otra parte para quien ha osado asemejarse nada menos que a Mandela, Luther King o Ghandi, fue tan inoportuna como la recusación de tres magistrados del TC por supuesta catalanofobia el mismo día precisamente en que todos ellos, o sea los 3 más 9, rechazaban la consulta soberanista, lo que mereció la inmediata repulsa de los Homs, Turull y compañía, que calificaron a los doce constitucionalistas como agitadores políticos, aunque poco después sorprendentemente hayan cambiado de opinión porque ahora dicen que la sentencia les da la razón. La cuestión es si la tensión institucional entre Gobiernos y Parlamentos central y autonómico responde en la realidad a un estado de opinión mayoritario, y presuntamente exacerbado en Catalunya, o es el envoltorio de un proceso de confrontación permanente con el Estado provocado desde aquí, cuyo único objetivo final es romper con España. Para empezar, la mayoría del Parlament que ha impulsado la declaración soberanista inconstitucional no reúne ni los dos tercios necesarios para tocar ni una coma del Estatut y la actitud del Govern, teledirigido por Junqueras, ha ido de tumbo en tumbo hasta la situación actual. Los orígenes de la actual situación no son tan lejanos como para no ser recordados. Los ocho años de Tripartit y la reforma del Estatut impulsada por ZP, apenas apoyada por el 35 por cien de los catalanes, acabaron por desorientar a un electorado socialista mayoritario en elecciones generales hasta hace poco en Catalunya, y por tanto no separatista. La sentencia sobre el Estatut, la crisis, la ANC y la manifestación del 11-S del 2012 han servido para alimentar la semilla. Se adelantaron las elecciones pero la mayoría excepcional no llegó y en vez de interpretar democráticamente el resultado, la huida hacia adelante ha servido para alentar el enfrentamiento institucional. La internacionalización del conflicto ha fracasado. Una Catalunya separada quedaría fuera de la UE y del euro, y dado su demostrado y escaso sentido de la solidaridad, con pocas posibilidades de reingreso. Aislada también de la ONU y de la OTAN. La banca y las empresas dejarían Catalunya, habría que pagar aranceles para vender al resto de España y UE y los bancos catalanes se quedarían sin cobertura del BCE. Se oculta el coste real de la secesión y no solo económico, porque no es precisamente una buena noticia el reciente anuncio de la reaparición de una Nova Terra Lliure.

Y es que el Govern no informa a los ciudadanos. Influye, manipula e impone, porque otra cosa no es la declaración unilateral de independencia, sustentada en conceptos vagos y subrepticios que se utilizan de forma maniquea. La consulta esconde un auténtico referéndum de autodeterminación, el derecho a decidir no es ilimitado, no se puede decidir sobre cualquier cosa porque la vida en común sería imposible. En nuestro caso el derecho a decidir del pueblo catalán no puede lesionar el derecho a decidir de todo el pueblo español.

Y el diálogo, como aclara la sentencia, cuyo sentido intentan manipular ahora los que inmediatamente la satanizaron, esto es los Homs y compañía, tiene que ajustarse al marco constitucional, que por otra parte prevé también los procedimientos legales para reformar la Constitución. Probablemente en una Catalunya independiente sería más fácil tapar facturas y salvar a la familia. Podremos seguir debatiendo sobre los efectos económicos, sociales y sentimentales de la ruptura, pero lo que no se puede sostener en serio es que la sentencia del TC dice lo contrario de lo que dice, salvo que se nos quiera hacer creer que es de noche cuando es de día.

José Ignacio Llorens Torres
Diputado al Congreso PP Lleida, Presidente Comisión de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente en el Congreso de Diputados

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